lunes, 18 de diciembre de 2017

Demografía LGBT

Publicado en El Espectador, Diciembre 21 de 2017
Columna después de las gráficas





link al Documento de Trabajo  con gráficas y referencias


La Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS) del 2015 da información sobre la población LGBT colombiana, con algunas sorpresas.
En 1998, en las audiencias preliminares para una sentencia de la Corte Constitucional sobre derechos de minorías sexuales, el representante del grupo activista Equiláteros afirmaba que “según las estadísticas, más del 17% de la población” era homosexual o lesbiana. Militantes LGBT y algunas feministas han pregonado cifras similares. Según la ENDS, la participación es bastante inferior. Incluyendo bisexuales, las lesbianas apenas llegan al 1% de las mujeres y los gays al 1,8% del total de hombres. Sobre la población trans, la misma encuesta da pocas luces. A pesar de que ambos formularios permitían declararse transgénero, nadie en más de 70.000 encuestas lo hizo. Sin embargo, 0,1% de las personas manifestaron que viven en pareja estable con alguien transgénero.
Aparece una relación negativa entre la edad y reportar ser lesbiana o gay. En otros términos, durante las últimas décadas la homosexualidad aumentó en Colombia, sobre todo la femenina. El porcentaje de mujeres que se declaran bisexuales es mayor en las nuevas generaciones, pero para los hombres ocurre lo contrario: cada vez tienen más peso los exclusivamente gays. Solo después de la cohorte nacida en los 80 se manifiesta en Colombia lo observado en otros países, que “las mujeres son sustancialmente más propensas que los hombres a identificarse como bisexuales”. Múltiples testimonios ilustran esa discrepancia entre ser lesbiana y ser gay, que también concuerda con literatura etnográfica y científica internacional que destaca una sexualidad femenina más “fluida” y cambiante que la de los hombres, lo que, a su vez, se explicaría por una mayor influencia de factores congénitos en la homosexualidad masculina.
La ENDS muestra otras diferencias por sexo. Declararse lesbiana está mucho menos determinado por la primera experiencia sexual que reportar ser gay. Ese sería otro indicio de una sexualidad femenina menos estable. Las lesbianas son sexualmente más precoces que el promedio femenino mientras que los gays se inician más tarde que los demás hombres. Este retraso podría deberse a la presión homofóbica, sobre todo familiar, que según esta fuente sería superior sobre los varones, algo contrario a lo que ocurre en otras sociedades sin senador Gerlein. 
A mayor nivel educativo o de riqueza, el porcentaje de homosexuales aumenta y, además, se amplían las diferencias entre hombres y mujeres. Las lesbianas tienen mayor capacidad económica que las mujeres heterosexuales y para los gays ocurre algo similar; lo primero corresponde a lo observado en otros países, lo segundo no.
En cuanto a uniones formales —decisión de convivir, edad de la persona, de su pareja, duración, hijos— las familias de lesbianas se parecen más a las heterosexuales que las de gays. Es mayor la proporción de mujeres homosexuales que formalizan una unión que la de hombres en esa situación. Los gays reportan menos uniones que el resto de la población en todos los rangos etáreos: casi el 75% de ellos no ha convivido nunca con algún parejo. La cohabitación no solo es menos frecuente sino más corta en promedio. Las lesbianas se asemejan a las heterosexuales en la frecuencia de uniones, a cualquier edad, y difieren menos en cuanto a duración.
Las colombianas establecen su primera unión más jóvenes que los varones. Entre ellas, lesbianas o no, son raros los primeros matrimonios o uniones con alguien menor, algo que, por el contrario, es común para ellos, heterosexuales o gays.
Es usual que tras una separación los hijos vivan con su madre, no con su padre. Este escenario, entre mujeres, depende de la orientación sexual. Ser lesbiana en Colombia multiplica por tres los chances de que una madre no viva con su prole. Los datos estarían captando una discriminación en los juicios de divorcio por salida del armario similar a la que en los años 90 llevó a las madres lesbianas norteamericanas a organizarse políticamente. Ese debería ser un foco prioritario de la legislación y la jurisprudencia.
Unas 22.000 mujeres y 14.000 hombres homosexuales viven en unión estable y, simultáneamente, tienen hijos. Son las únicas personas que en el país saben algo sobre menores en hogar homoparental, no en teoría sino en la práctica cotidiana. Sorprende que ahí se concentre un núcleo de oposición a la adopción igualitaria: 94% de gays y 55% de lesbianas en tal situación no están de acuerdo con ese derecho. Son personas no homófobas que deberían ser escuchadas cuando haya un debate amplio, serio e informado sobre esa figura. No basta la literatura extranjera filtrada para demostrar “científicamente” que el tipo de pareja es irrelevante para la crianza, incluso en una sociedad con educación deficiente, bajos ingresos y alta homofobia.  















viernes, 8 de diciembre de 2017

Reinsertadas, desertoras y #MeToo

Publicado en El Espectador, Dic 14 de 2017

Voluntarismo y afán por la paz llevaron a confundir reinsertadas obedientes con desertoras contestararias. La frágil mezcla se agrietó.


Años atrás, la información sobre las Farc provenía de ex combatientes que habían tomado la decisión suicida de escaparse. Esos testimonios fueron silenciados. Las negociaciones se acomodaron al interés de los comandantes, convertidos en políticos locuaces en La Habana mientras los mandos medios y la tropa recibían periodistas internacionales en campamentos veraniegos. Atrás, en un limbo, quedaron alambradas con secuestrados, atentados terroristas y, sobre todo, reclutamiento de menores, abusos sexuales y abortos forzados, cuyas víctimas permanecieron sometidas a los comandantes. Faltaba oír de nuevo a las desertoras, únicas desmovilizadas libres del yugo militar, político e ideológico.


Tras las denuncias contra Harvey Weinstein por violaciones y acoso sexual en Hollywood surgió #MeToo (#YoTambien), una campaña en redes sociales para que se manifestaran las mujeres afectadas por ataques similares. La definición de víctima fue laxa y hubo de todo. Al lado de denuncias concretas, algunas quejas las trivializaban. “Me pedían que les presentara amigas, #MeToo… Me saludaban de beso en la mejilla, ¡yak!, #MeToo”. También circularon innumerables #MeToo sin detalles. 


Weinstein marcó un hito para las relaciones de género en el mundo y despertó un movimiento de mujeres que pretenden ir más allá del acoso sexual. Feministas norteamericanas de distintas edades buscan “cambiar la estructura de poder que permite la misoginia, el racismo y el fanatismo… el sadismo económico, político, social y sexual”. Según una líder, “antes nos enfocábamos en los maridos; ahora luchamos por nuestro lugar en la esfera pública. Este es un ataque estructural”. Anota que los poderosos indómitos no están cayendo al azar: hay coordinación y dirección para escogerlos y tumbarlos, sin esperar la acción de la justicia.


A tono con la revuelta femenina mundial, Sara Morales, ex fariana, hizo algo excepcional para la tímida variante colombiana: denunció con nombre propio. Aclaró que en 2007 desertó “cansada de los abusos”. Desmintió un cínico comunicado de las Farc: “muy  triste escuchar que teníamos la opción de abandonar o abortar”. Denunció privilegios y nepotismo: ”las únicas que podían tener hijos eran las mujeres de los comandantes”; recordó que Pastor Álape tenía “prácticamente la mitad de la familia en la organización”. A su relato le sobran comentarios y le queda corta la tipificación de acoso. 


“Te roban de tu familia, te cambian una muñeca por un arma y un parque por un campo de batalla, te ganas unos enemigos y además de eso, te violentan sexualmente… No era todos los días, pero cada vez que nos movían uno era la carne para los comandantes… (les) decían: ‘hay tres o cuatro guerrilleras nuevas ve y las miras’. Uno estaba durmiendo cuando sentía que lo alumbraban con las linternas y empezaban a pelearse y a escoger a la que les gustaban… Para ellos entre más pequeña mejor... Involucraban guerrilleros  para que no los ‘echaran al agua’… Las violaciones sexuales nos dañaron el alma, no hay un instante en la vida en que no nos despertemos sin pensar en lo que pasamos”. Cuando se quejó ante Pastor Álape, “me puso a bailar con el que me había violado”. 


Con estas denuncias, Sara Morales arriesga su vida, por traidora y vocera de víctimas acalladas que están organizadas en @CorpoRosaBlanca y, como en la revuelta norteamericana, buscan romper el silencio y atraer nuevos testimonios. Revelarán pruebas “sobre cada uno de los que fueron comandantes, que mientras hablaban que las violaciones eran prohibidas, escogían para hacer de todo con nosotras”. El video de una sesión de fotos a niñas recién reclutadas es un impactante anticipo: parece ser la preparación de un catálogo de novedades para comandantes, con un guerrillero pidiendo destacar a “las tres pequeñitas”. Ante la denuncia de crímenes sistemáticos tan horrorosos, se preguntan dónde están las organizaciones feministas y quienes “dicen defender a las mujeres”. Piden protección especial a las autoridades pues “los violadores son ahora candidatos”.


Weinstein apostaría sus restos para llevar al cine estas historias, que comparativamente lo harían quedar como un gentleman. El manto de silencio e impunidad sobre los abusos en las Farc quedará hecho trizas cuando estos testimonios de violencia sexual inaudita lleguen a las feministas norteamericanas y a la opinión pública internacional. El desprecio habanero por las desertoras que habían huído de la guerrilla saturadas de ataques sexuales se devolvió como un bumerán. 


La revista Time eligió personas del año 2017 a quienes rompieron el silencio alrededor del acoso. En Colombia, las ex combatientes insumisas de la Rosa Blanca califican para 2018. Su labor apenas arranca, pero será contundente. Así lo anticipan unas patadas de ahogado –“Lulú, la candidata trans de las Farc”- y la metaforfosis de Santrich, del jocoso “quizás, quizás, quizás” al insultante “¡cretino!” ante la mención de abortos forzados. 











BR (2017). “Éramos la carne de los comandantes: exguerrillera de Farc", BLU Radio, Dic 6

Espinosa, Jorge Eduardo (2017). "Cretino". El Espectador, Dic 11

Felsenthal, Edward (2017). “The Choice- Time’s Editor-In-Chief On Why The Silence Breakers Are The Person Of The Year”. Time Magazine

García De La Torre, María A. (2017) “#YoTambién he sido acosada”. El Tiempo, Oct 28

Herrera Durán, Natalia (2017). “Lulú, la candidata trans de la Farc”. El Espectador, Dic 12

Ochoa, Paola  (2017). “Yo también”. El Tiempo, Nov 27

RCN (2017) "El criminal Pastor Alape me puso a bailar con el que me violó: desmovilizada de las FARC". Oiga, Dic 4

RCN (2017). ""Toda la vida no va a poder tapar el Sol con un dedo": exguerrillera a Pastor Alape". RCN Noticias, Dic 4

RCN (2017). "Las Farc emitieron comunicado en el que se refieren a abortos en las filas de ese grupo". RCN Noticias, Dic 6

Hedges, Chris (2017) "A Women’s Revolt That Targets Far More Than Sexual Abuse". Truthdig, Dec 3











domingo, 3 de diciembre de 2017

¿Para toda la vida?

Publicado en El Espectador, Diciembre 7 de 2017





Con explicaciones doctrinarias y contraevidentes jamás se podrá prevenir la prostitución de menores, ni entender quienes y cómo abandonan el oficio. 


Alexandre Lacassagne (1843-1924) fue un médico legista francés que promovió la investigación inductiva, basada en minucioso trabajo de campo. Se especializó en los tatuajes y dos de sus discípulos, Le Blond y Lucas, se interesaron por los de las prostitutas. Tras entrevistar a una treintena de mujeres y calcar directamente de la piel sus tatuajes, publicaron un libro peculiar. Anotan que, “jurando amor y fidelidad eterna”, ellas se dejaban tatuar el nombre de algún cliente convertido en amante. Eran comunes las iniciales P.V.L., Pour La Vie, para toda la vida. Una joven, en el oficio desde los 19 años, tenía dos corazones en su brazo, adornados con flores y palomas sosteniéndolos bajo un “unidos P.V.L.”. Inscripciones similares se repetían, a veces con un detalle trágico, como un puñal simbolizando la separación. En su estudio clásico sobre la prostitución en París, Alexandre Parent du Châtelet señaló que algunas mujeres eran expertas en borrarse los tatuajes para escribir el nombre del siguiente gran amor. 


Las parisinas que marcaban su piel no han sido las únicas enamoradas ejerciendo el oficio. En una encuesta hecha en Bogotá a 250 prostitutas, cerca de la mitad recordó una relación estable o romántica con algún cliente. Entre las londinenses, el término trabajo se usa para el sexo sin afecto, con extraños. Pero también está el novio, o el sugar daddy, que pueden surgir de la misma clientela. Incluso en un segmento pragmático y negociante como las prepago colombianas de “alto standing”, se percibe esa inclinación. “Hay que meterle sensibilidad al rollo, algo de corazón, porque si no, no tiene gracia y termina siendo eso: acostarse simplemente por plata… Quiero conocer a alguien con quien formalizar el cuento de la familia”, confiesa Paula, una paisa instalada en Bogotá.  El gran dilema de Bruna, escort brasileña, para enamorarse de algún asiduo es que, cuando sea para toda la vida, ella desearía un hombre que no frecuente mujeres como ella, que le sea fiel. 


En la película Princesas de Fernando León de Aranoa, Caye, prostituta madrileña, le confiesa a Zule, dominicana, que añora no tener quién la quiera. Un día conocen dos tipos en un bar y al salir se preguntan si los van a tratar como novios o como clientes. Ese dilema lo tuvo Dania Londoño, la mujer que enredó al servicio secreto de Obama en Cartagena: la amiga con la que estaba en una discoteca decidió no cobrarle al levante mientras ella sí trató al suyo comercialmente y por eso insistió en el pago.  


Nicole Castioni, jueza asesora del Tribunal Criminal y antigua diputada al parlamento de Ginebra, cuenta en su autobiografía que antes de su brillante carrera vendió su cuerpo en París durante cinco años. Una anécdota suya ilustra la persistencia del enamoramiento en ese medio del que logró salir para estudiar derecho y ser profesional. Años después volvió a Saint-Deins para hablar con sus antiguas compañeras. Al verla “estaban convencidas de que me había casado con un hombre rico. Cuando supieron que era diputada y jueza me hicieron el vacío. Eso era traicionarlas mientras que la boda con un millonario no”.


Si un romance puede ayudar a retirarse, otro con quien no toca es a veces la entrada a la prostitución. Así le ocurrió a la misma Nicole Castioni. Siendo joven se escapó de su casa -donde fue abusada repetidamente- para irse con Jean-Michel, de quien estaba perdidamente enamorada. “Me hacía regalos, me llevaba a hoteles de lujo, viajábamos en Ferrari”. La primera vez que él le pidió que se acostara con otro fue un favor, para pagar una deuda. Ella ya consumía cocaína. Luego, “alternando obsequios, golpes y droga, me hizo saber que iba a trabajar en Saint-Denis, que su madre tenía un apartamento allí y que yo iba a acostarme con los clientes en ese lugar". 


Convendría mermarle al discurso militante –abolicionista o sindical- para privilegiar etnografías, testimonios, novelas y guiones, complejos, matizados, contradictorios, pero más realistas. Sólo así se podrán humanizar las prostitutas, reconociéndoles capacidad de agencia, sentimientos y la remota posibilidad de enamorarse. Cuando se problematice la mirada exclusivamente económica o política se podrán comprender un poco mejor las tortuosas vías de entrada a la actividad en una sociedad machista -requisito para prevenir la trata de menores-, las eventuales salidas y dos fenómenos casi ininteligbles. Uno, peculiar a las colombianas, es la alta proporción de madres en el oficio; otro, que casi no las atañe pues actúan en redes femeninas, es la misteriosísima relación de dependencia con chulos maltratadores. Nicole Castioni sentencia: "yo me prostituí por amor”. Tratándose de una jueza, es apenas sensato creerle. 



Castioni, Nicole (1998). Le Soleil au bout de la nuit. Paris: Albin Michel

Celis Albán, Francisco (2007). Confesiones de una puta cara. Bogotá: Intermedio

Day, Sophie (2007). On the game. Women and Sex Work. London: Pluto Press

Le Blond & Lucas (1899, 2008). Du tatouage chez les prostituées. Lyon: Éditions À Rebours

Rubio, Mauricio (2011): "La maternidad de las prostitutas". La Silla Vacía, Ago 9

________ (2012). "Tatuajes y amor". El Malpensante, Edición Nº 135, Octubre

Surfistinha, Bruna (2007). El dulce veneno del escorpión. Memorias de una prostituta Brasileña. Madrid: Maeva

sábado, 25 de noviembre de 2017

La pintora acosada y la feminista

Publicado en El Espectador, Noviembre 30 de 2017








Botero Fernández Leonardo (2017). “Por denunciar casos de acoso, profesora habría sido despedida de U. de Ibagué”,  El EspectadorAgo 24


Cruz, Carmen Inés (2015) “Igualdad de la mujer colombiana: un compromiso que no se está cumpliendo”. Razón Pública, Mayo 24

Guerrero, Nathalia (2017). “Esta es la docente de Ibagué despedida por denunciar acoso sexual en su universidad”, Vice, Ago 23


Londoño, Claudia (2017). “Carta de una profesora despedida de la Universidad de Ibagué”. El Cronista, Nov 8


Informe sobre violencia de género y acoso laboral en la
Universidad de Ibagué
Mónica Godoy Ferro
Docente Facultad de Humanidades
A partir de los talleres realizados con el personal de seguridad de la Universidad, de la coordinación del Diplomado en Equidad de género y de mi experiencia de trabajo en la Institución, me permito señalar las dificultades encontradas y sugiero algunas acciones encaminadas a mitigar la intensidad de los conflictos. Les solicito que este informe sea manejado de manera confidencial para evitar agravar estos inconvenientes.
1.    Las mujeres que hacen parte del cuerpo de seguridad han estado sometidas durante varios años a tratos inhumanos, discriminación y acoso por parte de un grupo de sus colegas, incluyendo un exsupervisor. Estos hechos fueron graves y, en por lo menos tres casos, podrían constituir un delito (acoso laboral y sexual).
2.    A pesar de la denuncia de una de ellas, esta queja fue desestimada por toda la cadena de supervisión del cuerpo de seguridad, incluso por la oficina de Gestión Humana. Esta omisión continuada agravó su situación y después de la denuncia se robustecieron las agresiones en su contra, incluso, uno de los acusados manifestó en público amenazas a la integridad física de quien interpuso la queja.
3.    Esta situación no ha sido denunciada formalmente por todas las afectadas (también hay varones acosados) por miedo a las represalias de este pequeño grupo. Sin embargo, ellas (y algunos de ellos) están dispuestas a comentar su caso ante las personas designadas por las directivas para adelantar un proceso de investigación neutral y de determinación individual de responsabilidades.  
4.    La falta de respuesta oportuna por parte de las diferentes instancias que fueron informadas al respecto las hace responsables por omisión en la situación de acoso laboral. Es importante recordar que según la Ley 1010 de 2006 la no atención a este tipo de quejas puede entenderse como tolerancia por parte del empleador y es un agravante del mismo. 
5.    Las mujeres vigilantes han sido objeto de un proceso de estigmatización (señaladas como problemáticas, exageradas, chismosas y disociadoras) lo que facilitó el continuo de violencia en su contra. Estos señalamientos fueron difundidos por los posibles agresores con el objetivo de hacer dudar sobre la credibilidad de sus denuncias, distraer de los hechos de violencia y culpabilizar a las víctimas por las agresiones. Una expresión de esto es su afirmación “ellas tienen que hacerse respetar”.
6.    Estas expresiones apelan a un sentido común muy arraigado en la sociedad que tiende a considerar a las mujeres como las únicas responsables de las agresiones en su contra (a ella le pasó eso porque no se hizo respetar o porque ella se lo buscó). Durante años los posibles agresores pudieron ejercer manipulación de sus jefes inmediatos y desinformación a su conveniencia para continuar actuando con impunidad. Estas prebendas indebidas fueron percibidas por el personal en general que se siente atemorizado de manifestar su inconformidad porque no hace parte de esos grupos ni sabe cuáles son las instancias en realidad imparciales que puedan intervenir para solucionar los conflictos.  
7.    Esta impunidad se basa en un tipo de “cultura institucional” que se manifiesta en una parte importante de las dependencias de la Universidad y que ha promovido     - seguramente sin premeditación y de manera inconsciente- los abusos de poder y la construcción de redes clientelares. Hay trabajadores que se consideran a sí mismos (y son vistos por las directivas) como intocables sea por su antigüedad o por sus relaciones familiares o de amistad con personas que ejercen algún cargo relevante dentro de la Universidad. Estos trabajadores han aprendido cómo manejarse dentro de esas clientelas para obtener el mayor beneficio personal.  Esto se agrava porque no existe una buena supervisión de personal ni manuales de procedimientos claros como tampoco procesos estandarizados de medición de resultados y calidad.
8.    Toda esta situación se ve acompañada de una falta de seguimiento y capacitación constante de las personas que tienen otros trabajadores a su cargo. Por lo tanto, imitan modelos autoritarios, clientelares o desinteresados que son los que conocen más.  
9.    La situación de acoso contra las mujeres vigilantes les generó a todas ellas problemas de salud asociados al miedo y al estrés. Han sufrido secuelas que podrían ser diagnosticadas como depresión, insomnio, irritabilidad, problemas familiares e ideas suicidas. Estos efectos de la violencia difícilmente se pueden falsear, lo cual aporta credibilidad a sus denuncias.
10. Aunque la mayoría de personal de seguridad no participó directamente de las agresiones sí han sido espectadores de las mismas y, por temor, no las han denunciado. Quienes se han atrevido a manifestar su desacuerdo también han sido agredidos y perjudicados en las planeaciones del trabajo.
11. Algunos trabajadores de servicios generales también han sido afectados por estos abusos.
12. La oficina de Gestión Humana no ha respondido ni intervenido oportunamente en  el caso de una denuncia de abuso sexual por parte de un profesor contra una estudiante. De nuevo, por la antigüedad del funcionario no se realizó ninguna acción de investigación ni correctiva.  Anexo la denuncia de los hechos que me entregó la afectada.
Sugerencias:
1.    Considero que no se debe despedir a ninguno de los involucrados sin antes hacer un proceso de investigación que individualice las responsabilidades en estos hechos y que les garantice su derecho a la defensa. El proceso de capacitación que adelanté estaba teniendo resultados incipientes pero importantes; el trato de la mayoría de vigilantes hacia ellas estaba cambiando y con los recientes despidos la tensión, desconfianza y la culpabilización en su contra volvieron. El tiempo para hacer esos despidos no es el adecuado, quisiera que pudieran tener la oportunidad de mostrar un cambio en su comportamiento.
2.    No recomiendo tomar ninguna medida que afecte al cuerpo de seguridad en su conjunto ni que cambie las condiciones laborales con las cuales trabajan en la actualidad. Esto es inconveniente en este momento y puede generar enfrentamientos graves entre ellos.
3.    Según me comentaron las afectadas, ellas no tienen la intención de interponer ninguna acción contra la Universidad si la situación se corrige. Tampoco están interesadas en que se despida a ninguno de sus compañeros, sólo quieren que se corrijan las situaciones de abuso y que haya mayor supervisión de la cadena de mando.  
4.    El proceso de seguimiento a esta situación debe ser constante, si se afloja la presión en un par de semanas retornarían a las prácticas de abuso. Pueden contar conmigo para hacer las acciones de seguimiento que consideren convenientes.
5.    Es necesario que el personal de la oficina de Gestión Humana reciba capacitación y apoyo para detectar casos de abuso. El desarrollo de la sensibilidad al respecto no surge de manera espontánea pero es indispensable para identificar estos problemas en etapa temprana donde son más fáciles de resolver.  
6.    Es necesario desarrollar una política interna de equidad de género y atención a casos de violencia por razones de diferencia sexual dentro de la Universidad. Otras instituciones educativas ya cuentan con protocolos de prevención y atención al respecto porque han identificado la profundización de estos hechos en la sociedad. Ofrezco mi apoyo para pasarles una propuesta si lo consideran conveniente.

7.    Es urgente formalizar e institucionalizar las relaciones laborales dentro de la Universidad. Entre más claros estén los procedimientos, las instancias y las formas de decisión se evitarán más abusos. Tenemos que cambiar la cultura institucional que privilegia la antigüedad y los grupos de amistad por relaciones más transparentes y profesionales. Para ello es clave capacitar y supervisar efectivamente a quienes tienen personal a su cargo.    

El 25 de Noviembre le envié el siguiente correo a la Dra Carmen Inés Cruz. No recibí respuesta


Buenos días Dra Carmen Inés Cruz,

Soy Mauricio Rubio, profesor investigador de la Universidad Externado de Colombia y columnista semanal en El Espectador.

Casi por accidente me enteré del incidente de la Universidad de Ibagué con Mónica Godoy Ferro, que ya fue cubierto en medios nacionales. 

Me interesó sobre todo el testimonio de Jackeline Beltrán del 26 de Septiembre 

en el que ella afirma (minuto 15:23) que cuando habló con usted buscando apoyo a raíz del mensaje anónimo amenazante que había recibido por su labor en el Comité de Convivencia, usted le habría respondido que "busque otro empleo, busque otro lado para que no la acosen más".

¿Podría usted darme su versión sobre esa última reunión suya con Jackeline?

Agradezco de antemano su atención. 

Cordialmente,


Mauricio Rubio

martes, 21 de noviembre de 2017

La secretaria y el estudiante

Publicado en El Espectador, Noviembre 23 de 2017








Corte Constitucional, Sentencia T-878-14 


Perez, Maria Jesus y Remedios Moran (2011). Raíces Profundas: La Violencia contra las Mujeres (Antigüedad y Edad Media). Polifemo

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Todos son iguales, cacharros

Publicado en El Espectador, Noviembre 16 de 2017




El tristemente célebre asunto de escritores invitados a Francia sin escritoras deja varias lecciones. 


Aunque fue una gaffe de dos mujeres acomodadas en el poder, quedó confirmado que en una sociedad machista con educación deficiente los agravios son responsabilidad del patriarcado, que tiene sus esbirras (sic). Defendiendo lo indefendible, algunos escritores confundieron una mala decisión burocrática con una señal de mercado.


Descubrimos otra faceta de una feminista versátil, ponderada y ecuánime, la crítica literaria. Dejó entrever un remedio drástico, doloroso, pero a largo plazo inevitable: censurar, tal vez quemar, novelas masculinas, por su flagrante misoginia.  Empezando por Gabo, cómplice de sus indómitos personajes, todos los escritores del boom latinoamericano son “asquerosamente machistas” y sus nefastas enseñanzas solo podrán superarse cuando privilegiemos la  literatura femenina. 


Una joven escritora reveló sus dotes de ensayista. Con dinero para escribir y estudiar literatura en la Universidad de California, conocedora de la simpleza de los personajes femeninos en las novelas de hombres, se fajó una disertación tan filosófica como científica sobre masculinidades. Generosamente compartió pormenores del trabajo de campo para su tratado sobre el género masculino, breve pero deslumbrante. “He estado tranquila, observándolos en fiestas: hablando entre ellos. Presentando sus libros: entre ellos. Los he visto en bares, y mientras yo bailo, ellos se quedan en una esquina, entre ellos. A veces hablo con ellos, a veces ellos conmigo, y algunas de esas veces siento que hay una masculinidad que quiere salir de la brutal relación 'oprimidas vs. opresores'. Ese presagio de masculinidad no quiere un mundo solo entre ellos, porque francamente qué puta pereza”. 


Con igual profundidad describió la angustiosa realidad de escritoras como ella. “Operamos a muerte en dos frentes: el esencial, habitación y dinero; y el social-político: ser reconocidas como sujetos”. En contraste con la muelle vida masculina, denuncia la agobiante necesidad de trabajar ocho horas diarias o más “para comer y pagar la habitación propia” y, encima, escribir, convencer editores. Para más inri, toca “sacar tiempo para resistir y protestar, una y otra vez, para que nuestra presencia no sea tenida por broma en un mundo que de manera repetitiva y vulgar se decide entre ellos”.


Ellos, así, genérico, somos todos los hombres. Qué puta pereza la minucia. Si acaso, distinguir fachistas de progres, pero no mucho más. Todos somos machos alfa consagrados, como Trump, Putin, Uribe, Rajoy o Weisntein. Quien medio logre su visto bueno, pues Obama, Puidgemont o Fajardo, mientras pela el cobre.


Para medio entender por qué ellas aplanan las diferencias individuales me sirvió uno de los pocos modelos económicos que recuerdo de la universidad, el del “market for lemons” (mercado automotor de segunda mano, los cacharros) de George  Akerlof. La idea es simple: ante la ignorancia del comprador de un vehículo usado sobre la calidad, optará por achacarle los desperfectos comunes en el mercado. El vendedor nunca arreglará los daños pues ese esfuerzo no será reconocido por una clientela condenada a la mala calidad, nivelada por lo bajo con retoques cosméticos. No compensa invertirle a algo caracterizado como “lemon”: mediocre, francamente defectuoso. 


En los mercados de parejas, de amigos o de socios, debe ocurrir algo similar: ellas  aguantando imperfecciones, sin que nadie responda, sin chance de garantía. Ellos, guardando apariencias, repitiendo el guión correcto, con sensibilidad de género, como hicieron algunos aduladores en el #MeToo. El comentario que toca, la buena acción del día y poco más. No paga esforzarse por cambios sustanciales si se sabe que todos somos igual de machistas. La reputación, la mala calaña masculina ya va en las alcantarillas. Es el corolario del cúmulo de acosadores poderosos cayendo como fichas de dominó. Una feminista gringa anota: “no soporto el feminismo si eso significa tener que asesinar a todos los hombres”.


Como un cacharro de quinta, la calidad de cualquier varón ni siquiera hay que testearla. En su muro de Facebook uno de ellos se atrevió a preguntarle a una comentarista: ”¿nos conocemos como para afirmar tan alegremente que soy machista?”. Rápidamente fue puesto en su sitio: “yo no necesito conocerlo para saber eso”. Ellos son así, se sabe. No hay que identificarlos, ni interesarse por sus ideas, sus sentimientos, sus dilemas, sus proyectos o su historia. Es accesorio hablar con ellos. Como máximo, observarlos desde una pista de baile. Hablan carajadas, no piensan sino en sexo, no las oyen ni las dejan hablar, pero manejarán el mundo, su mediocre mundo patriarcal. Eso dictaminó una estudiante sacrificada en California que será escritora famosa, y la invitarán a Francia, y le darán el Goncourt, por ser mujer, porque se lo merece, porque con sus personajes diversos, con raíces pero con alas, empáticos e igualitarios, que “respirarán solos” en su obra, volverá trizas la masculinidad opresora, tal como anunció la nueva crítica literaria.


Adams, Katherine (2017). “I Don’t Support Feminism If It Means Murdering All Men”. The OnionOct 28

Akerlof, George A. (1970). “The Market for "Lemons": Quality Uncertainty and the Market Mechanism”. The Quarterly Journal of Economics, Vol. 84, No. 3. Aug, pp. 488-500.


Calvache, Valentina (2017). “El mundo de ellos”. ViceNov 8

Ruiz-Navarro, Catalina (2017). “¿Dónde están las colombianas?” El EspectadorNov 8


Torres Duarte, Juan David (2017). “Catalina Ruiz Navarro no sabe leer a Gabriel García Márquez”. El Espectador, Nov 10

martes, 7 de noviembre de 2017

Buzón de quejas sobre acoso sexual

Publicado en El Espectador, Noviembre 9 de 2017
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El acoso sexual es casi imposible de sancionar por la falta de pruebas. Los escándalos recientes indican que eso se podría solucionar.

Stella García, contratista de una entidad distrital, fue acosada sexualmente por Camilo Páramo, ejecutivo de la misma oficina. El relato del incidente en la Sentencia T-265/16 de la Corte Constitucional es escueto. Días después de anunciarle que la quería apoyar laboralmente, y tras haber cerrado la puerta de la oficina a donde la había llamado, Páramo “se baja la cremallera del pantalón y saca sus genitales y me pide que le haga sexo oral… de una vez me dice que pasara al baño… me hace una señal diciéndome que no responde lo que me va a pasar, yo abrí la puerta y salí de la oficina”.

Tras el percance, el viacrucis. La afectada buscó desesperadamente alguna instancia que sancionara a Páramo. Presentó quejas y mandó copia a cuanta entidad pública se le ocurrió. Además de largo e inoficioso, el periplo tuvo ribetes insólitos, como exigirle la historia clínica —“consultas médicas de sicología y/o psiquiatría efectuadas en los últimos 18 meses”—, negarle sus pretensiones porque el incidente no había ocurrido en el marco del conflicto armado —¿acoso como arma guerra?— y no reconocerla como sujeto procesal. 

La Procuraduría absolvió a Páramo por “duda razonable” ante la “ausencia de testigos durante el hecho de violencia sexual”, como si no fuera esa, precisamente, la limitante inherente al acoso. Del relato de los hechos, por la tranquilidad y el descaro del agresor, se puede deducir que era más reincidente que principiante. Fue un hombre canchero, curtido, cuyo desparpajo indica un historial de faenas exitosas.

Si antes de acudir a la justicia Stella García hubiera mandado un correo a todas las mujeres eventuales víctimas de Páramo, tal vez habría logrado reunir varios testimonios. Fue esa dinámica de cascada la que terminó hundiendo profesionalmente al productor de cine Harvey Weinstein, y que acabará metiéndolo en serios líos penales: ante las denuncias de 14 mujeres que, después de un testimonio inicial, dicen haber sido violadas por él, sumadas al casi centenar por acoso, la policía de Nueva York afirma que puede armar un sólido proceso criminal contra el ex gurú cinematográfico, y arrestarlo. De forma menos masiva, otros casos mediatizados de acoso también tuvieron el mismo efecto: provocar una cadena de denuncias.

Tras el escándalo Weinstein, la actriz Alyssa Milano invitó a las víctimas de ataques similares a manifestarse por redes sociales reproduciendo el hashtag #MeToo. Se estima que varios millones de mujeres alrededor del mundo respondieron. Ante eso, Claudia Palacios anunció el “ocaso del acoso”. Arlene Tickner señaló que la estrategia creaba conciencia sobre la dimensión epidémica del problema pero que “su alcance transformativo puede ser bastante reducido”. Yo agrego que, específicamente, tales acciones no les hacen cosquillas a tipejos como Camilo Páramo quien solo gracias a la tenacidad de Stella García y Sisma Mujer terminó exilándose para evadir la acción de la justicia.

También por un cúmulo de quejas, Michael Fallon, ministro de Defensa británico, tuvo que renunciar. Admitió que su comportamiento pasado había estado “por debajo de los altos estándares requeridos”. Otros siete diputados conservadores están siendo investigados. Curiosamente, “todo empezó con una lista con 40 nombres que circuló por los mentideros de Westminster, recopilada anónimamente y sin contrastar, que mezcla rumores de comportamiento inapropiado y acusaciones de agresiones sexuales graves”. En algunas sociedades, los chismes aún producen vergüenza y renuncias políticas, aún sin paparazzi.

Con un pequeño esfuerzo adicional, el murmullo puede abrirles paso a testimonios formales que, sumados, dejan de ser débiles y anónimos para hacerse solidarios y contundentes en procesos judiciales robustos. Sofisticando el #MeToo, unas pragmáticas inglesas, Mujeres Laboristas Anónimas, montaron el sitio web LaborToo para que sus compañeras compartan “confidencialmente sus quejas sobre abusos sexuales, acoso y discriminación”. Este procedimiento para acopiar testimonios protege la identidad de las denunciantes mientras atrae a otras. “Habrá muchas más víctimas que se atreverán a contar sus historias en los próximos días y semanas”, predijo una persona cercana al actor Kevin Spacey, acusado por un colega de haber abusado de él cuando era menor de edad. El teatro londinense donde Spacey trabajó durante más de una década abrió una línea especial para las denuncias.

Sería ingenuo suponer que en Colombia los acosadores son siempre oficinistas grises, desconocidos y burdos como Páramo. Debe haber “ricos y famosos”, encantadores con largo historial, que ahora deberán cruzar los dedos para que no les estalle el escándalo detonante, ni les monten buzones virtuales de quejas anónimas. Ojalá que, por defender la intimidad y el buen nombre de los poderosos, el mismo legalismo que precluye una demanda de acoso por falta de pruebas no vaya a vetar esa eficaz astucia.

REFERENCIAS

Gracias a Linda María Cabrera de Sisma Mujer por la información sobre el desarrollo del proceso contra Páramo. 


AFP (2017). “La actriz Paz de la Huerta asegura que Harvey Weinstein la violó dos veces”. El País, Nov 3


Alonso, Nicolás (2017). “La policía de Nueva York recaba pruebas para arrestar a Harvey Weinstein”. El País, Nov 3

Boboltz, Sara (2017). “Other Men Come Forward With Harassment Allegations Against Kevin Spacey”, The Huffpost, Nov 1

Guimón, Pablo (2017). “Los partidos británicos se unen para atajar el escándalo de abusos sexuales”. El País, Nov 6

Corte Constitucional, Sentencia T-265-16 

Palacios, Claudia (2017). “El ocaso del acoso”. El Tiempo, Oct 26



Tickner, Arlene (2017). “El problema del #MeToo”. El Espectador, Oct 24